Por: Luis Elquis Diaz
“No son 30 pesos, son 30 años”. Esta frase se convirtió en uno de los lemas de las protestas en Chile durante el año 2019, como consecuencia al aumento propuesto de la tarifa del metro que desencadenó la crisis socioeconómica tras tres décadas desde que terminó el régimen militar. En las protestas, el país austral vivió una especie de crisis de legitimidad, vigilada de cerca por las Naciones Unidas debido a las voces de distintos grupos que argumentaron violaciones de los derechos humanos.
La crisis política chilena no es exclusiva de Chile. Lleva ecos inconfundibles de un problema que está en el centro de los conflictos políticos en todo el mundo desarrollado.
A medida que el libre comercio, las nuevas tecnologías, el surgimiento de China y otros cambios sistémicos han remodelado las economías del mundo, han surgido divisiones políticas entre quienes se benefician del sistema actual y quienes no. Esas frustraciones masivas hicieron aparecer los movimientos en Chile como los Chalecos Amarillos de Francia.
La semilla de las frustraciones sembradas en Colombia tuvo un detonante en la Reforma Tributaria, no obstante, nuestras frustraciones tienen referencias en nuestra historia hispánica y republicana, nuestros problemas son de vieja data con el agravante que han sido incendiados por la lucha política.
La narrativa de la historia nos cuenta sobre la “patria boba” y los desencuentros entre las ideas y propuestas federalistas, centralistas y realistas; la Guerra de los mil días, precedida por otras guerras civiles, condujeron a la era de violencia (1948-1958). Este periodo oscuro procuró resolverse con la jugada chueca del Frente Nacional, hibrido infructuoso que terminó gestando el conflicto interno con el cual aún convivimos.
Desde la versión escolar, según la cual debemos nuestra libertad a un florero, hemos transitado por el proceso infructuoso de construir la República, desde entonces no hemos podido reflexionar sobre las situaciones adversas de nuestro origen, ni definir para dónde vamos. La escritura de nuestra historia describe un balance agridulce y reclama instituciones democráticas sólidas, para enfrentar los retos que la humanidad convida. A diferencia de Chile, en Colombia el lema no es “no es la reforma tributaria, son 220 años de vida republicana”.
La crisis impuesta por la pandemia del covid-19 forjó en el pueblo mayor exaltación y demandas puntuales para realmente luchar contra la permisividad frente a la corrupción y consideraciones respecto de la incapacidad de la dirigencia política para resolver los problemas más urgentes de la nación. La situación es preocupante, según el Dane hay 3,6 millones de pobres más que antes de la pandemia y más del 42 % del país vive en la pobreza y más del 30 % vive en estado de vulnerabilidad.
Las protestas ciudadanas son una causa con sentido, el vandalismo es harina de otro costal y la estrategia del odio como argumento para optar por el poder indigesta al ciudadano. Menester materializar las soluciones para al menos calmar el caos y convertir esa letra en el debate político sobre el futuro del país en las elecciones de 2022.
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