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El Sentido Común no es de derecha ni de izquierda

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Por: Ferley Henao Ospina

El mundo no está dividido por las ideologías, sino por el conocimiento, el sentido común y la buena fe; esto exige un nuevo enfoque del desarrollo. Lo que les ha sucedido a nuestros países latinoamericanos, no es que son pobres sino que los han empobrecido, particularmente en estos últimos 50 años.

Este axioma lo refuerzo con una anécdota que expongo en las conferencias y seminarios que imparto, porque lo ilustra con perfecta claridad: Cuando cayó el muro de Berlín, The New York Times envió a París un periodista a entrevistar a François Mitterrand, a la sazón, presidente de Francia.

¿Por qué al presidente de Francia si el Muro de Berlín está en Alemania? ¡Claro!, Mitterrand, político socialista era presidente de un país capitalista. El preciso para esta pregunta que le formuló NYT:

 NYT: “¿La caída del muro de Berlín simboliza la derrota del socialismo y por lo tanto el triunfo del capitalismo?”.

 FM: “No señor, ni lo uno ni lo otro”, – contestó Mitterrand – “La caída del Muro de Berlín simboliza el nacimiento de una nueva corriente de la humanidad que se llama Productividad”.

A esto, añado: Nuestros líderes no lo escucharon, si lo escucharon no lo entendieron y si lo entendieron se hicieron los de la oreja mocha.

No existe una tal izquierda, ni centro-izquierda, ni centro, ni nada de eso, lo que hay es, un grupo de saqueadores y unos ciudadanos indolentes o indiferentes que nos estamos dejando asaltar. Al que se atreva a decirlo lo tildan de mamerto e izquierdoso y, además los que están en el poder hace 200 años, pregonan que los que saben gobernar son ellos, los que tienen este país totalmente destruido, sin salud, sin justicia, sin infraestructura, sin comunicaciones, sin agricultura, sin vivienda, sin cultura, sin educación, sin tecnología, sin trabajo, sin seguridad… y el ambiente amenazado, agredido, invadido, tomado…

Ellos enriqueciéndose más y más y el resto en las peores condiciones y hasta poblaciones enteras en condiciones infrahumanas.

La dirección correcta en la conducción de los países exitosos no ha sido obra exclusiva de la izquierda o de la derecha, ha sido el resultado del sentido común y de la buena fe, es decir, obra fundamentada en principios y valores.

Mientras América Latina, de derecha y de izquierda, se dedica a manejar las “infalibles” recetas económico-académicas: Tributarias, fiscales y monetarias, otros estimulan la producción generando conocimiento y volviéndose productivos, eficientes, rentables y competitivos.

Suecia la 33ª economía mundial ayudada por su pacifismo, alcanzó un patrón de vida envidiable en libre mercado con sólido sistema de seguridad social. Noruega, elevada esperanza y nivel de vida, con seguridad social extensa y un vasto estado de bienestar. Nueva Zelanda, que en 20 años se transformó en economía de mercado competitiva globalmente, es la 20ª nación en el índice de Desarrollo Humano de la Organización de las Naciones Unidas ONU. Corea del Sur, entre 1975 y 2000 experimentó una gran transformación económica.

Algunos creen equivocadamente que la competitividad se consigue devaluando, o que el incremento de los ingresos públicos solo se obtiene aumentando los tributos. Los exitosos de las dos tendencias, en cambio, le apostaron a la eficiencia en los sectores primarios para mejorar la productividad, que genera más ingresos y mejora el bienestar colectivo.

Colombia, país de naturaleza rural, paradójicamente, obtiene pésimos resultados en producción agropecuaria: Mientras Estados Unidos produce 10,5 t/ha de maíz, Chile 12,1 t/ha y España 11,7 t/ha, Colombia solo 3,7 t/ha (la tercera parte). Papa, Estados Unidos rinde 50,3 t/ha; Países Bajos 42,0 t/ha; Francia 41,3 t/ha, Colombia apenas 23,4 t/ha (la mitad) estadísticas FAO. Estas diferencias repercuten seriamente en costos y, por lo tanto, en competitividad dejando serias secuelas en los social después de causar daños en lo económico.

Como consecuencia de ello, Colombia, en uno de los más solemnes absurdos que es posible imaginar, importa todo el trigo, la soya, la cebada y el tomate de industria; el 80% del maíz, además de otras especies que da vergüenza saber que las importamos: Papa, Fríjol, Arroz, Huevos, Carne y hasta plátano, café…

América Latina (de derecha y de izquierda), ha ponderado sus modelos de desarrollo sobre sectores terciarios de la economía, abandonando a los productores agropecuarios y entreteniéndolos con donaciones absurdas de abonos o semillas.

Se ha desdeñado el conocimiento aplicado a la producción rural, obstruyendo la productividad, reduciendo la oferta nacional de alimentos y la generación de mano de obra local; además de otras consecuencias sociales, ambientales y económicas.

Lo grave es que, dentro de sus planes de desarrollo, el sector primario se ha quedado rezagado histórica, social y económicamente frente a países que, con menos recursos naturales, pero con inversión adecuada en absorción tecnológica para el desarrollo agropecuario, están vendiéndole a Colombia, con precios módicos, los productos que nosotros podríamos producir aquí perfectamente.

No es necesario caer en los extremos para fortalecer la productividad agropecuaria y agroindustrial que es lo que, en un país como este, eleva el nivel de vida, mejora la balanza comercial y el producto interno bruto; estimula el crédito y la inversión, contribuyendo eficazmente en la solución del desempleo, la inflación y el impacto ambiental.

Se requieren, entonces, políticas de socialización, actualización tecnológica, inversión y sensibilización para difundir, entre los productores del campo, los avances tecnológicos que globalmente han revolucionado el sector y cambiar los viejos paradigmas de la  producción por las modernas técnicas de la eficiencia en el desempeño rural: Uso adecuado de los recursos naturales para generar riqueza colectiva convirtiendo el campo en la fuerza motriz de una economía inteligentemente administrada, con sentido común y buena fe.

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