Por: Ferley Henao Ospina
Los jóvenes de hoy salieron a impedir que se profundice más la pérdida de derechos que sus antecesores no supieron defender. (La protesta no pretende recuperar los derechos perdidos, sino solo impedir que se lesionen más los intereses populares).
Es inmensa la deuda que tiene con la juventud actual, la generación de los primeros 10 años de este siglo 21. Esa generación permitió, sin hacer nada para evitarlo, que se conculcaran muchos derechos que habían sido conquistados por generaciones anteriores con enormes esfuerzos.
Entre los derechos conculcados en el periodo 2000-2010, se destacan los derechos laborales, empezando porque el CONTRATO DE TRABAJO, la base del derecho laboral, fue sustituido por (infames) contratos de prestación de servicios que desconocen todos los derechos sociales y conquistas laborales del siglo XX.
La jornada laboral era de 8 horas pero a partir de la ley 789 de diciembre 27/2002 “se podrá laborar 10 horas al día, sin lugar a ningún recargo por trabajo suplementario”. El dominical que antes tenía un recargo del 100% se redujo al 75% y así fue pasando la reducción gradual del ingreso de los trabajadores como si nadie se hubiera enterado o a nadie le hubiera importado.
Desde que comenzó este siglo 21, se han venido sucediendo reformas que vulneran los ingresos, los recursos y los derechos de las clases menos protegidas sin que nadie reaccione, dejando a gobernantes y congresistas con la sensación de que éste es un pueblo indolente, inconmovible, inconsciente o ignorante al cual sí se le pueden repetir, impunemente, las violaciones a sus derechos.
Los jóvenes de hoy salieron a impedir que se profundice más la pérdida de derechos que sus antecesores no supieron defender. (La protesta no pretende recuperar los derechos perdidos, sino solo impedir que se lesionen más los intereses populares).
Los que gobiernan ya no respetan a este pueblo que todo lo ha permitido. Así fueron quebrantados o reducidos los derechos laborales de sus padres, infringidos los derechos de los jóvenes a la educación y los de la sociedad en general a la salud, las comunicaciones, la actualización tecnológica, la innovación, el acceso a oportunidades y el respeto a los derechos humanos.
En ese escenario, los jóvenes de hoy, en condiciones de enorme desventaja por las pérdidas de derechos antes mencionadas, decidió pararse firme e impedir que se siga en esa misma tónica con unos proyectos de reformas que se habían radicado en el congreso: “Tributaria”, “a la Salud”, “Pensional” y “Laboral”, todas ellas con crueles cargas económicas que perjudican a las clases media y bajas.
Para sorpresa de los que creían que la sumisión del pueblo colombiano sería eterna, el 28 de abril salió a las calles una muchedumbre indignada a exigir que se retiren del Congreso esos proyectos de ley y que se desista de pretender cobrarle a los pobres los errores del sistema o las ineficiencias y faltas de honestidad de sus funcionarios.
Apoyando esta causa aparecen en escena jóvenes brillantes, inteligentes, auténticas promesas de la patria: Ana Maria Durango y Juan Pablo Morales a quienes han amenazado de muerte por el delito de pensar. En esta Colombia del alma, todo aquel que se atreva a pensar está en riesgo, por eso aquí son asesinados sistemáticamente, con frecuencia inaudita, líderes sociales, ambientales, juveniles, sindicales, gremiales…
A esto se agrega que algunos señores, que se supone respetables, han decidido establecer que la función pública, llámese nación, gobernación o municipio debe sobornar a los medios condicionando la pauta para que la información, que ya es sesgada, sea aún más sesgada. Es decir, que necesitan una prensa más mentirosa aun que la que ya tienen. (Censura de prensa o Ley Mordaza al mejor estilo de las más descarnadas dictaduras)
Eso que ellos proponen ya está institucionalizado en este remedo de democracia que llaman Colombia y aquí la prensa dice o deja de decir lo que le conviene a los que pautan, lo que sucede es que los lectores, escuchas y televidentes han emigrado encontrando la verdad en otros medios, esos sí, independientes, y en las redes, lo cual ha permitido que la ciudadanía conozca la verdad y no le crea nada a los que reciben millones en mermelada disfrazada de pauta.